El hogar fue sepultado en esa tierra que nunca pudimos encontrar
Deimer Quintero Vertel
Colombia
2019
El hogar fue destruido y de sus cenizas resurge su último habitante. Su madre ha muerto, sus amigos han desaparecido y él intenta anudar los hilos de un pasado difícil de evocar. Al volver, intenta encontrar su casa pero el pueblo de su infancia y adolescencia se ha transformado en una fosa espectral. El ruido de las balas parece haber cesado pero a su paso dejó un profundo dolor. En medio de esa búsqueda se sumerge en un universo fantasmal en donde cada tanto una tenue luz intenta entrar por las hendijas de la memoria y va descubriendo poco a poco que el alivio está cada vez más lejos y que por el contrario el olvido será un amargo letargo en el que pronto caerá. Una película que habita el silencio y el dolor que queda después del paso de la violencia. Un grito, un lamento y una forma de respirar profundo. Un viaje por el pasado en el que se habitan los sueños y las pesadillas creadas por las huellas de la desaparición de lo amado, un intento por aferrarse a la imaginación como forma de resistir ante la bruma de la muerte y el olvido.
Duración:
Año: 2019
País: Colombia
Director
En 2019 me decido a recorrer un pasado y unas memorias llenas de dolor, sueños y pesadillas en el proceso de investigación de esta película. Recuerdo que en una de las conversaciones que tuve con uno de mis tíos, él me decía que “Hogar es el lugar que construímos con los que queremos: el hogar son los amigos, el hogar son los vecinos, el hogar es la casa y también la familia y nosotros parece que no podremos recuperar nunca eso”. La desaparición de ese hogar construido en Urabá ha dejado huellas imborrables en nosotros y ahora intento habitarlas. Era 1992, ese año el reloj en Colombia se adelantó una hora por decreto presidencial para que todos los ciudadanos pudieran aprovechar la luz del día debido a una crisis energética que mantuvo a oscuras el país durante un año. Mientras la Colombia urbana se debatía por la viabilidad de esta reforma, el ritmo de vida de los habitantes de La Cenizosa, un pequeño caserío del Urabá antioqueño ubicado al norte de Colombia, se transformaba debido a las balas que se cruzaban y las amenazas que anunciaban quien iba a morir fusilado en la plaza central.